Prosopagnosia
Año de aparición: 1867
Autores reconocidos: Antonio Quaglino (1817-1894) Giambattista Borelli (1813-1891)
El neurólogo francés Jean-Martin Charcot tuvo una vez un paciente que había intentado dar la mano que acababa de chocar con él; el otro hombre era él mismo, reflejado en un espejo. Esa incapacidad de reconocer rostros, la prosopagnosia, es un trastorno relativamente raro. Se trata de una de las distintas clases de agnosias visuales –incapacidades de reconocer objetos familiares– que no se asocian a una deficiencia intelectual general. Tampoco son un problema de visión. Las personas que sufren de prosopagnosia suelen tener buena vista. El trastorno se debe a un daño en el cerebro, normalmente en dos lóbulos: el temporal y el parietal. En los últimos tiempos se ha descubierto, sin embargo, que las personas con prosopagnosia de desarrollo en realidad la sufren desde que nacieron, lo cual apunta a una posible base genética del reconocimiento facial.
Esta condición se describió por primera vez –pero sin etiquetarla– en la literatura médica en 1847. El primer informe completo de un paciente llego de la mano de dos oftalmólogos italianos, Antonio Quaglin y Giambattista Borelli, en 1867. Ellos ofrecieron un estudio detallado del caso de un hombre que había perdido la capacidad de reconocer las caras y las fachadas de las casas tras sufrir un infarto en el hemisferio derecho del cerebro. La patología se denominó prosopagnosia (“cara + ausencia de conocimiento”) en 1947. Más recientemente el neurólogo y escritor Oliver Sacks aporto un fascinante relato sobre la prosopagnosia en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985).
Curiosamente, no solo los rostros humanos se ven afectados por este trastorno. Hay casos de granjeros que no logran reconocer vacas u ovejas, y aficionados a los pájaros pierden la capacidad de distinguir las especies.
La investigación contemporánea, que utiliza técnicas de neuroimagen como la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), sugiere que el reconocimiento de rostros es una función especial. Las investigaciones con primates, incluidos seres humanos, indican que hay neuronas (células cerebrales) especializadas en el reconocimiento de caras. Por lo que parece, cualquier daño en esas células causa la incapacidad de reconocer rostros, incluido el propio.
Relacionados Neuroimagen (1924) Neuronas espejo (1992)
Autores reconocidos: Antonio Quaglino (1817-1894) Giambattista Borelli (1813-1891)
Antonio Quaglino
Giambattista Borelli
El neurólogo francés Jean-Martin Charcot tuvo una vez un paciente que había intentado dar la mano que acababa de chocar con él; el otro hombre era él mismo, reflejado en un espejo. Esa incapacidad de reconocer rostros, la prosopagnosia, es un trastorno relativamente raro. Se trata de una de las distintas clases de agnosias visuales –incapacidades de reconocer objetos familiares– que no se asocian a una deficiencia intelectual general. Tampoco son un problema de visión. Las personas que sufren de prosopagnosia suelen tener buena vista. El trastorno se debe a un daño en el cerebro, normalmente en dos lóbulos: el temporal y el parietal. En los últimos tiempos se ha descubierto, sin embargo, que las personas con prosopagnosia de desarrollo en realidad la sufren desde que nacieron, lo cual apunta a una posible base genética del reconocimiento facial.
Esta condición se describió por primera vez –pero sin etiquetarla– en la literatura médica en 1847. El primer informe completo de un paciente llego de la mano de dos oftalmólogos italianos, Antonio Quaglin y Giambattista Borelli, en 1867. Ellos ofrecieron un estudio detallado del caso de un hombre que había perdido la capacidad de reconocer las caras y las fachadas de las casas tras sufrir un infarto en el hemisferio derecho del cerebro. La patología se denominó prosopagnosia (“cara + ausencia de conocimiento”) en 1947. Más recientemente el neurólogo y escritor Oliver Sacks aporto un fascinante relato sobre la prosopagnosia en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985).
Curiosamente, no solo los rostros humanos se ven afectados por este trastorno. Hay casos de granjeros que no logran reconocer vacas u ovejas, y aficionados a los pájaros pierden la capacidad de distinguir las especies.
La investigación contemporánea, que utiliza técnicas de neuroimagen como la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), sugiere que el reconocimiento de rostros es una función especial. Las investigaciones con primates, incluidos seres humanos, indican que hay neuronas (células cerebrales) especializadas en el reconocimiento de caras. Por lo que parece, cualquier daño en esas células causa la incapacidad de reconocer rostros, incluido el propio.
Desnudo ante el espejo, del artista Karl Piepho (1869 - 1920), oleo sobre lienzo.
Relacionados Neuroimagen (1924) Neuronas espejo (1992)
Referencias
Sacks, O., The Man Who Mistook his Wife For a Hat: And Other Clinical Tales. Nueva York: Touchstone, 1985.
Comentarios
Publicar un comentario